De Algoritmos Cuñaos al Marketing de Influencers

¿Conoces ese momento en el que año tras año tu cuñado te regala una chorrada sobre Star Trek porque una vez hiciste un comentario sobre lo buena que era y se cree que eres super fan? Pues eso mismo hace un Algoritmo.

A día de hoy todos entendemos a groso modo lo que es un algoritmo. No voy a ponerme a definir eso en a estas alturas. Ni tampoco creo que sea necesario advertir que a día de hoy los algoritmos controlan nuestra vida, nos guste o no. Pero lo que sí que me gustaría es reflexionar si un algoritmo es realmente capaz de gestionar la evolución del razonamiento del ser humano.

Resulta que un día te ha dado por leer un libro especialmente bueno que te ha gustado tremendamente mucho y cuelgas una foto de él en Instagram. Le añades unos cuantos hashtags sobre libros y literatura. Y ahí está _“el cuñao”_aprendiendo que te gustan los libros. Un rato mas tarde descubres que Instagram te está mostrando una foto sobre el libro que acabas de colgar y le das un like. El algoritmo suma puntos, resulta que eres SUPER FAN del libro. Un rato mas tarde te muestra otra foto con libros ya que tu también has colgado una foto con libros. Y como acabas de hacer esa foto, crees que está chula y le das like. Empieza el modo bucle. Ya que estás te obsesionas temporalmente con la idea de hacer mejores fotos sobre libros e Instagram lo interpreta con que solamente quieres fotos de libros. Y finalmente acabas en la rueda de que solamente te enseña eso. Y lo que acaba ocurriendo es que acabas aborreciendo todo porque la red social de turno se vuelve tremendamente previsible y te enseña una y otra vez lo mismo. Un amigo te envía por chat una cosa que se quiere comprar, la miras, sigues hablando con él y cambias de tema. Buscas otra cosa y vuelta a empezar. Te muestra una y otra vez eso que te ha enseñado tu amigo. Y ahí encontramos el gran error de los algoritmos, no son capaces de calcular la capacidad de cambiar de una cosa a otra del ser humano.

Si un algoritmo es un cálculo matemático mediante el cual un ordenador es capaz de entender la forma de comportarse de un ser humano, considero que ya de entrada se está cometiendo un error. Los algoritmos se programan en base al comportamiento de este ser humano y son totalmente incapaces de entender la fragilidad de los sentimientos y estados de ánimo de una especie como la nuestra. El caos o el libre albedrío. Cuando Facebook ha intentado comprender el “estado anímico” de las personas mediante algoritmos ha dejado en manos de una computadora el advertir si estamos felices, tristes o ansiosos en relación al léxico que utilizamos al comunicarnos. Pero debido en gran parte a la magnífica fórmula de la ironía, que muchos humanos son totalmente incapaces de advertir, ha resultado claro que las máquinas tampoco tienen ni la más remota idea. De tal forma que cuando se le da un valor positivo a una palabra, la máquina interpreta como positiva toda la frase aunque esté escrita con la mas ácida de las ironías.

Éstos mismos algoritmos han intentado evolucionar a una “nueva” forma de comunicarnos donde ya no se usa la palabra escrita, si no la fotografía. Ante la máxima de que una imagen vale más que mil palabras, nos encontramos con que muchas redes sociales evolucionaron hacia la imagen para que las personas puedan comunicarse con ella. Así mismo, los algoritmos intentan detectar los estados de ánimo en el tono, saturación, colores principales o textos adjuntos. Y si bien tenemos claro que provocamos diferentes tipos de estados de ánimo dependiendo de cómo retoquemos nuestras fotografías, lo que pocos algoritmos entienden son las modas. Donde antes se usaban fotografías perfectas gracias a la irrupción de las cámaras digitales y cansados del grano de los carretes de 35mm anteriores, nos hemos visto en la época donde se sacan fotos digitales con una resolución perfecta y se “ensucian” expresamente con filtros que recuerdan esas antiguas fotografías analógicas. Y en muchos casos esto no depende de un estado de ánimo en concreto, si no de una moda estética que crea la necesidad de querer llegar a tener mayor exposición. Porque algún gurú de turno con muchos likes ha dicho que las fotos sobreexpuestas dan más likes.

Resulta irónico que con la llegada de los algoritmos haya llegado también el boom del marketing de influencers. Un algoritmo calcula matemáticamente lo que nos debería gustar y el próximo producto que vamos a comprar pero ha resultado que la fórmula del éxito es la curación de contenido. Una persona real nos ha recomendado un producto y éste se vende más que cuando un algoritmo nos lo muestra constantemente basándose en nuestros gustos. Y es que el poder de convicción del ser humano está tremendamente por encima de el que tienen, por el momento, cualquier I.A. del mercado. Y esto es debido en gran parte en que podemos llegar a empatizar con el influencer que de repente tiene un hobbie nuevo y nos enseña su nuevo gadget. A pesar de haberlo visto en varios anuncios, resulta que ver cómo se divierte esa persona que llevamos tiempo siguiendo hace que ahora sí nos interese. Y todo esto debido a que el ser humano tiene una capacidad de modificar sus emociones y estados de ánimo más de 300 veces al día.

Es por este motivo que me parece que Spotify lo está haciendo tremendamente mejor que su competencia. Principalmente porque ha derivado la creación de listas de reproducción a personas reales que se dedican a la curación de contenido. Gente que sí está entendiendo la música y es capaz de clasificarla con cierta lógica humana. Cuando hemos visto que en otras plataformas que los algoritmos cometían errores bastante molestos mezclando canciones que poco tienen que ver entre sí.

Aquel que me conoce sabe que estoy bastante disconforme con los algoritmos, y no porque no crea en las magníficas bondades de las matemáticas ni mucho menos, si no porque considero que tras años de historia de la humanidad ha quedado claro que ésta es tremendamente previsible en bucles grandes de tiempo y a su vez tremendamente imprevisible en espacios temporales limitados. Somos una especie dirigida por el caos. Por eso si queremos tener unas redes sociales interesantes, debemos ser nosotros mimos los que hackeemos el algoritmo de vez en cuando para volver a disfrutar de descubrir cosas nuevas y no caer siempre en los mismos bucles. Porque a estas alturas yo ya tengo pocas esperanzas en que los creadores de las redes sociales creen algoritmos decentes.